sábado, 26 de marzo de 2011

"El libro de los abrazos"




Eduardo Galeano se abraza de forma extraordinaria a la microliteratura, un género que ha estado en boga en los últimas décadas y continúa aún con éxito (pienso en José María Merino), en uno de sus mejores trabajos, El libro de los abrazos (1989), obra genial tanto por su originalidad como por su capacidad expresiva, impactante más si cabe por la sencillez con la que está escrita.

El libro está compuesto por fragmentos, microrrelatos a veces de unas pocas líneas, agrupados bajo diversas temáticas: el lenguaje y las palabras, la voz humana, los lectores, los niños, los sueños, el miedo, el olvido, la noche, la cultura, el arte. Los relatos abarcan desde curiosas narraciones sobre la creación del mundo hasta pequeñas ocurrencias, o graffitis pintados como en una pared. Distribuidas en el volumen aparecen también anécdotas referidas a distintas ciudades americanas, reflexiones sobre el exilio que al autor le tocó vivir, historias narradas de boca en boca, diálogos con alguno que otro escritor latinoamericano.

Es una enorme alegría para los que amamos la literatura que este tesoro literario esté disponible, en edición completa y gratuitamente, en algunas webs de internet. Se puede leer aquí.

Si no queréis leerlo entero, os dejo más abajo algunos de los mejores microrrelatos que se incluyen en el libro:

Celebración de la voz humana /1
Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la ca-
beza del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe
en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el
vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la
boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás
se pudre.

El país de los sueños
Era un inmenso campamento al aire libre.
De la galera de los magos brotaban lechugas cantoras
y ajíes luminosos, y por todas partes había gente ofre-
ciendo sueños en canje. Había quien quería cambiar un
sueño de viajes por un sueño de amores, y había quien
ofrecía un sueño para reír en trueque por un sueño para
llorar un llanto bien gustoso.
Un señor andaba por ahí buscando los pedacitos de
un sueño, desbaratado por culpa de alguien que se lo
había llevado por delante: el señor iba recogiendo los
pedacitos y los pegaba y con ellos hacía un estandarte
de colores.
El aguatero de los sueños llevaba a agua a quienes
sentían sed mientras dormían. Llevaba el agua a la es-
palda, en una vasija, y la brindaba en altas copas.
Sobre una torre había una mujer, de túnica blanca,
peinándose la cabellera, que le llegaba a los pies. El pei-
ne desprendía sueños, con todos sus personajes: Los
sueños salían del pelo y se iban al aire.

Los nadies
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan
los nadies con salir de pobres, que algún mágico día
llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros
la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni
hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo
la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y
aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el
pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la
crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los
mata.

Amares
Nos amábamos rodando por el espacio y éramos una
bolita de carne sabrosa y salsosa, una sola bolita calien-
te que resplandecía y echaba jugosos aromas y vapores
mientras daba vueltas y vueltas por el sueño de Helena
y por el espacio infinito y rodando caía, suavemente caía,
hasta que iba a parar al fondo de una gran ensalada.
Allí se quedaba, aquella bolita que éramos ella y yo; y
desde el fondo de la ensalada vislumbrábamos el cielo.
Nos asomábamos a duras penas a través del tupido fo-
llaje, de las lechugas, los ramajes de apio y el bosque del
perejil, y alcanzábamos a ver algunas estrellas que an-
daban navegando en lo más lejos de la noche.

La noche /1
No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre
los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo
una mujer atravesada en la garganta.

La noche /3
Yo me duermo a la orilla de una mujer: yo me duermo
a la orilla de un abismo.

El sistema /1
Los funcionarios no funcionan.
Los políticos hablan pero no dicen.
Los votantes votan pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.
Los jueces condenan a las victimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están
ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se priva-
tizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente está al servicio de las cosas.

La pequeña muerte
No nos da risa el amor cuando llega a lo más hondo
de su viaje, a lo más alto de su vuelo: en lo más hondo,
en lo más alto, nos arranca gemidos y quejidos, voces de
dolor, aunque sea jubiloso dolor, lo que pensándolo bien
nada tiene de raro, porque nacer es una alegría que duele.
Pequeña muerte, llaman en Francia a la culminación del
abrazo, que rompiéndonos nos junta y perdiéndonos nos
encuentra y acabándonos nos empieza. Pequeña muer-
te, la llaman; pero grande, muy grande ha e ser, si ma-
tándonos nos nace.

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